Hace 249 años, el 16 de junio de 1759 se abrió en Buenos Aires la primera librería de la que se tenga noticias. En esa época, ni siquiera existía el Virreinato del Río de la Plata, y la ciudad era apenas un poblado de poco más de 20.000 habitantes. No había veredas ni alumbrado público, las calles eran de tierra, y ni siquiera existían colegios y hospitales en condiciones de ser llamados así. Se trató de una idea del portugués José Silva y Aguiar, que ubicó su negocio en la entonces calle San Miguel, hoy Suipacha, cerca de la iglesia de San Miguel, en la esquina de Bartolomé Mitre. Pero nada que ver con lo que sería una librería clásica por estos días: en aquel momento, las formas de impresión estaban alejadas de su etapa industrial, por lo que cada ejemplar que ahí se vendía llegaba desde Europa con un precio considerable y, claro, eran muy pocos los que podían comprarlos en el Buenos Aires colonial, y también muy pocos los que sabían leer. De todos modos, Silva y Aguiar era un entendido del mercado editorial de la época, lo que se desprende de un decreto expedido por el segundo virrey del Río de la Plata, Juan José de Vértiz y Salcedo algunos años después, en 1780, cuando lo nombró "librero del rey", con mandato para hacerse cargo de la que fue la primera imprenta porteña, en el sótano de la Casa de Niños Expósitos. Ahí comenzaron a imprimirse noticias y proclamas, aunque las "tiendas de libros", como se las llamaba, empezaron a tener peso en la vida ciudadana hacia 1835, cuando una decena de ellas distribuía las ideas de pensadores y científicos europeos, sobre todo franceses. Esas tiendas eran, además, focos importantes de divulgación cultural: los clientes no sólo iban en busca de libros, sino que también participaban en tertulias intelectuales.
Nota de Luis Ini
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